La única hija que tuvo el Mariscal Sucre nació y murió en Ecuador. La bautizó con el nombre de Teresa. La niña falleció de 2 años y sobre el acontecimiento se tejen, principalmente, dos versiones. La primera es que fue a causa de una fiebre incurable y la segunda, es que cayó del balcón del segundo piso al patio de la casa.

En los registros del Museo Casa de Sucre consta que el Mariscal nació el 3 de febrero de 1795, en Cumaná (Venezuela) y en la fe de bautismo consta como Antonio José Francisco de Sucre y Alcalá. Según los relatos históricos, 22 días antes de la Batalla de Pichincha (24 de Mayo de 1822), conoció a Mariana Carcelén, la marquesa de Solanda. Fue en un baile organizado por el Cabildo de Latacunga. La volvió a ver luego de la batalla y la rescató del convento de Sto. Domingo, donde se había refugiado por temor a los soldados. Se casaron 6 años después.

La muerte de la hija de Sucre está envuelta del misterio. Luego de que el Mariscal fuera asesinado en Berruecos, la Marquesa contrajo matrimonio con el Gral. Isidoro Barriga. Él la tenía en sus brazos cuando la niña resbaló del balcón y cayó al patio. Los restos de Sucre y de su hija descansan en la Catedral Metropolitana.

Para Mauricio Vargas Linares, periodista y escritor colombiano, en ningún país de la región lo quieren tanto a Sucre como en Ecuador. Él es autor del libro ‘El Mariscal que vivió de prisa’ (2009) y de sus investigaciones concluyó que luego de las guerras independentistas deseaba tener una vida tranquila en este país.

“Pero ni eso lo permitieron. Ha sido una figura olvidada y maltratada. Casi ningún historiador le reconoce sus enormes capacidades militares”, aseguró Vargas.

En una de las cartas que escribió el Mariscal a Simón Bolívar, le expresó su deseo de radicarse en Quito. “Pero yo nunca pierdo de vista irme a fijar en Quito, porque pienso que mis huesos se entierren en el Ecuador, o que se tiren dentro del volcán Pichincha”, consta en la misiva enviada el 12 de diciembre de 1825 y recogida por el historiador Ángel Grisanti.

Vargas destaca en Sucre sus dotes de extraordinario militar, su mente de ingeniero y planificador y su habilidad para la diplomacia. Y en el terreno personal, su encanto y galantería con las jóvenes, a pesar de la timidez que por momentos lo dominaba.

El historiador Carlos Landázuri añade otra característica: Sucre redactó un tratado para determinar cómo se debe tratar al enemigo y, más aún, al enemigo vencido. En su opinión, ese documento lo convierte en el precursor en otorgar derechos a los contrincantes.

“Muchos de esos lineamientos están vigentes en la Carta de Derechos Humanos. Para Sucre, por el hecho de ser un enemigo no deja de ser un ser humano. Por eso se deben respetar una serie de derechos, entre esos el de la vida y dar un trato digno”, opina Landázuri.

A diferencia de sus pares de la época, el Mariscal era un estudioso de la ingeniería y de la planificación militares, de la guerra de movimientos y del manejo de los recursos y de la logística. La forma como planteó las batallas de Pichincha y de Ayacucho son prueba de su genio.
Según las memorias del general Joaquín Posada Gutiérrez, la última entrevista de Sucre con el Libertador fue tierna y congojosa. Estrechamente abrazados derramaron lágrimas. Ambos veían que sus sacrificios eran perdidos.

“Si la Providencia nos hubiese concedido el derecho de elegir padres, yo elegiría a Dr. José María Mosquera, y por hijo al general Sucre”, comentó el Libertador.

Para el historiador Landázuri, en las cartas, Sucre y el Libertador expresaban su sentido de respeto y estima. “Era una época muy romántica y no tenían reparos en expresar amor en sus palabras”.
El Mariscal Antonio José de Sucre fue asesinado el 4 de junio de 1830. “No solo destrozaron el corazón de Sucre, sino de todo un pueblo”, sentenció Bolívar.




Fuente: EL COMERCIO*